En una sociedad marcada por el instante donde todos queremos ser eternamente jóvenes el paso del tiempo se ha convertido en un quebradero de cabeza. Para las personas, sí, pero también para el tema que aquí tratamos: la arquitectura. Sin embargo, tanto para uno u otro caso no es al tiempo al que hay que temer, sino al olvido y al abandono. Son ellos los que devoran las viejas construcciones, convirtiéndolas en ruinas.
Por suerte, las casas en ruinas pueden volver a la vida gracias a la varita mágica de los arquitectos de reformas. Es el caso de esta vieja edificación en Siejo, Asturias, que ha recuperado su esplendor rural gracias al trabajo de la empresa CPETC. ¡Veamos la transformación!
La España más rural está repleta de casas como esta. Edificios con solera -este es de finales del siglo XIX- que aguantaron carros y carretas para acabar sucumbiendo al peor cáncer de las edificaciones: el olvido. El abandono de la casa ha hecho que la fachada haya perdido su elegancia rural y la humedad haya ido traspasando sus muros.
Adosado al edificio principal se encontraba el cobertizo o socarreña, como se conoce en la zona. El lamentable estado de la vivienda se observa de manera más palpable en esta pieza, donde el tejado se ha venido abajo y la vegetación se ha ido apropiando de lo que antes era un lugar para guardar aperos de campo y carros.
Tras los trabajos de rehabilitación, que se llevaron a cabo entre 2005 y 2006, la vivienda se presenta con una nueva cara. La idea del proyecto era preservar tantos elementos originales como fuera posible, procurando que los cambios y las nuevas inserciones no le robaran su alma rural. El resultado es una fachada que mantiene la sobriedad de la arquitectura de la zona recuperando el encalado en blanco.
Por otro lado, el cobertizo, que era lo que estaba en peor estado, ha sido modificado siguiendo el esquema original. La piedra se convierte así en el material protagonista de esta construcción, que ya no guarda herramientas del campo, sino coches.
De la fachada principal pasamos a la trasera. Esta parte del edificio conectaba con un terreno que se utilizaba como huerta y que ahora ha sido totalmente colonizado por la vegetación más silvestre. Grietas en las paredes, zonas huecas… ¡veamos en qué se ha convertido!
Por detrás, al igual que pasaba con la fachada principal, la casa ha recuperado su esplendor. Los muros de piedra han sido rehabilitados y se ha revestido la pared de blanco, a excepción de los pequeños y pintorescos huecos de la zona izquierda.
Pero sin duda la transformación más llamativa es la del antiguo huerto, que se ha convertido en un agradable jardín. Por último, un muro de piedra marca el final del terreno.
Como decimos, el proyecto ha estado muy pendiente de conservar en la medida de lo posible, los elementos viejos de la casa. Esta máxima se aplica también al interior, donde se han recuperado algunas piezas, integrándolas con la nueva construcción. Es el caso de esta puerta que vemos aquí. Se trata de un antiguo portón que se ha rehabilitado. Otro elemento sorprendente es el arranque en piedra de la escalera, perfectamente conservado y adaptado a la nueva escalera de madera.
La convivencia entre lo nuevo y lo viejo se ha adaptado también a la decoración de unos espacios que mantienen todo el aire rural y auténtico de la construcción original. Así, en este dormitorio donde se pueden contemplar las vigas de madera solo podía pegarle una cama como la que vemos en la fotografía: de forja, como las clásicas, aunque pintada de blanco para darle un punto de modernidad.
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